julio 30, 2006
PRIMER MANIFIESTO NADAÍSTA - 1958
Apartes
[Bogotá, 1958]
I.
El Nadaísmo es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.
II.
Se ha considerado a veces al artista como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura. Queremos reivindicarlo diciendo de él que es un hombre, un simple hombre, que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino. El artista es un ser privilegiado con ciertas dotes excepcionales y misteriosas con que lo dotó la naturaleza. En él hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones emocionales o experiencias de la historia del pensamiento. Su destino es una simple elección o vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo bio-psíquico-consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la locura si es poeta; o sobre la trascendencia si es místico.
III.
Trataré de definir la poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, políticos o racionales que se formulan los hombres como programas de felicidad y de justicia. Este ejercicio del espíritu creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser. El ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el más inútil del espíritu creador. Jean-Paul Sartre lo definió como la elección del fracaso. La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno.
VI.
Rectificamos el viejo concepto americanista de que un pueblo es joven en virtud de sus paisajes. Lo es en razón de sus ideas y de su evolución espiritual. La decrepitud no es un concepto de la vejez del mundo físico, sino la caducidad del espíritu resignado, incapaz de evolucionar hacia nuevas formas de vida y de cultura. América es vieja desde su nacimiento. Por culpa de sus descubridores y su herencia, su nacimiento significó para la Historia una especie de muerte. O más exactamente, un aborto imperfecto para la vida. En tal forma que ella no ha nacido culturalmente por su cuenta, nutriéndose como se nutre de una vejez cansada y esterilizante transmitida por el cordón umbilical de su idioma y de sus creencias. Ante el dilema de ser o de no ser, de elegir una cultura por separada con sentido universal, ¿qué significa para la cultura de América tallar sapos, revivir mitos, incrementar las supersticiones, retener el tiempo olvidado, la prehistoria, si aún no cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las ideas contemporáneas? Detenerse en el pasado con un asombro contemplativo, evidencia el complejo de América ante un mundo evolucionado que decide su destino y su supervivencia histórica y biológica, mediante las actuales revoluciones sociales y conquistas científicas del espacio que se disputan el predomino político de la Tierra. América no puede anclarse en lo regional, en lo folclórico, en la tradición mítica. Eso sería un aspecto de su desarrollo intelectual y artístico pero no puede decidir su destino y su historia sobre estas formas inferiores de su desarrollo. América debe superar el complejo de su infantilismo espiritual. De otra manera nos quedaríamos en la Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica científica ha fijado estrellas en el espacio cósmico. Ningún pueblo, ningún continente viejo o nuevo puede elegir su destino por separado. La más leve onda del mar de la Historia contemporánea agita con su movimiento el porvenir de los pueblos, y decide su suerte o su desgracia. Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses universales, es imposible de concebir. Nadie puede evadirse, ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una misión en la historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se condena. Ya no podemos aceptar como sentido moral de la existencia, aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: "Sea como sea el mundo, yo me quedo con una naturalidad original que no pienso cambiar en aras del bienestar del mundo".
VIII.
Hemos renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo filosófico. Para nosotros éste es el mundo y éste es el hombre. Otras hermenéuticas sobre estas verdades evidentes carecen de sentido humano. Las abstracciones y las entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el domino de la especulación pura y del simbolismo metafísico, producto natural del anhelo del hombre por trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal, más allá de todo límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza idealista y poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en el eterno. Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones. Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y sólo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en la historia de la cultura humana. El hombre es lo Absoluto en la medida casual y no necesaria entre el accidente de su principio y de su fin. Este criterio excluye toda posibilidad de trascendencia. El hombre elige sobre sus posibilidades inmediatas esta tierra: la inmanencia. La metafísica es una investigación sobre la muerte y sobre las posibilidades trascendentes de la existencia. O mejor dicho, es una evasión del Ser hacia el mismo Ser que se conoce. Es por eso la creación de un mundo para sí, completamente ajeno al devenir histórico, que es terreno privativo de la política, que significa compartir el mundo con los otros. Por consiguiente, la única "utilidad" de la metafísica es el pensar sobre la muerte, porque el pensar sobre la vida es, precisamente, la política. Por su carácter esencial sobre las ideas irreductibles a la vida, la especulación pura no nos interesa como aspiración de trascendencia. Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del ejercicio metafísico conduce a soluciones sociales y terrestres de justicia, perfección o felicidad humana. Por el contrario. su consecuencia es la desesperación y el desorden.
XI.
La libertad es, en síntesis, un acto que se compromete. No es un sentimiento, ni una idea, ni una pasión. Es un acto vertido en el mundo de la Historia. Es, en esencia, la negación de la soledad.
XIII.
Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden. Al intentar este movimiento revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu de la resignación, y defender de lo inestable la permanencia de ciertas adoraciones. En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos. La misión es ésta: No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva. Lo demás será removido y destruido. ¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un destino.
FUENTE:
agulha - revista de cultura # 52
fortaleza, são paulo - julho/agosto de 2006
www.revista.agulha.nom.br
[Bogotá, 1958]
I.
El Nadaísmo es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.
II.
Se ha considerado a veces al artista como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura. Queremos reivindicarlo diciendo de él que es un hombre, un simple hombre, que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino. El artista es un ser privilegiado con ciertas dotes excepcionales y misteriosas con que lo dotó la naturaleza. En él hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones emocionales o experiencias de la historia del pensamiento. Su destino es una simple elección o vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo bio-psíquico-consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la locura si es poeta; o sobre la trascendencia si es místico.
III.
Trataré de definir la poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, políticos o racionales que se formulan los hombres como programas de felicidad y de justicia. Este ejercicio del espíritu creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser. El ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el más inútil del espíritu creador. Jean-Paul Sartre lo definió como la elección del fracaso. La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno.
VI.
Rectificamos el viejo concepto americanista de que un pueblo es joven en virtud de sus paisajes. Lo es en razón de sus ideas y de su evolución espiritual. La decrepitud no es un concepto de la vejez del mundo físico, sino la caducidad del espíritu resignado, incapaz de evolucionar hacia nuevas formas de vida y de cultura. América es vieja desde su nacimiento. Por culpa de sus descubridores y su herencia, su nacimiento significó para la Historia una especie de muerte. O más exactamente, un aborto imperfecto para la vida. En tal forma que ella no ha nacido culturalmente por su cuenta, nutriéndose como se nutre de una vejez cansada y esterilizante transmitida por el cordón umbilical de su idioma y de sus creencias. Ante el dilema de ser o de no ser, de elegir una cultura por separada con sentido universal, ¿qué significa para la cultura de América tallar sapos, revivir mitos, incrementar las supersticiones, retener el tiempo olvidado, la prehistoria, si aún no cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las ideas contemporáneas? Detenerse en el pasado con un asombro contemplativo, evidencia el complejo de América ante un mundo evolucionado que decide su destino y su supervivencia histórica y biológica, mediante las actuales revoluciones sociales y conquistas científicas del espacio que se disputan el predomino político de la Tierra. América no puede anclarse en lo regional, en lo folclórico, en la tradición mítica. Eso sería un aspecto de su desarrollo intelectual y artístico pero no puede decidir su destino y su historia sobre estas formas inferiores de su desarrollo. América debe superar el complejo de su infantilismo espiritual. De otra manera nos quedaríamos en la Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica científica ha fijado estrellas en el espacio cósmico. Ningún pueblo, ningún continente viejo o nuevo puede elegir su destino por separado. La más leve onda del mar de la Historia contemporánea agita con su movimiento el porvenir de los pueblos, y decide su suerte o su desgracia. Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses universales, es imposible de concebir. Nadie puede evadirse, ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una misión en la historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se condena. Ya no podemos aceptar como sentido moral de la existencia, aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: "Sea como sea el mundo, yo me quedo con una naturalidad original que no pienso cambiar en aras del bienestar del mundo".
VIII.
Hemos renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo filosófico. Para nosotros éste es el mundo y éste es el hombre. Otras hermenéuticas sobre estas verdades evidentes carecen de sentido humano. Las abstracciones y las entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el domino de la especulación pura y del simbolismo metafísico, producto natural del anhelo del hombre por trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal, más allá de todo límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza idealista y poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en el eterno. Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones. Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y sólo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en la historia de la cultura humana. El hombre es lo Absoluto en la medida casual y no necesaria entre el accidente de su principio y de su fin. Este criterio excluye toda posibilidad de trascendencia. El hombre elige sobre sus posibilidades inmediatas esta tierra: la inmanencia. La metafísica es una investigación sobre la muerte y sobre las posibilidades trascendentes de la existencia. O mejor dicho, es una evasión del Ser hacia el mismo Ser que se conoce. Es por eso la creación de un mundo para sí, completamente ajeno al devenir histórico, que es terreno privativo de la política, que significa compartir el mundo con los otros. Por consiguiente, la única "utilidad" de la metafísica es el pensar sobre la muerte, porque el pensar sobre la vida es, precisamente, la política. Por su carácter esencial sobre las ideas irreductibles a la vida, la especulación pura no nos interesa como aspiración de trascendencia. Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del ejercicio metafísico conduce a soluciones sociales y terrestres de justicia, perfección o felicidad humana. Por el contrario. su consecuencia es la desesperación y el desorden.
XI.
La libertad es, en síntesis, un acto que se compromete. No es un sentimiento, ni una idea, ni una pasión. Es un acto vertido en el mundo de la Historia. Es, en esencia, la negación de la soledad.
XIII.
Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden. Al intentar este movimiento revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu de la resignación, y defender de lo inestable la permanencia de ciertas adoraciones. En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos. La misión es ésta: No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva. Lo demás será removido y destruido. ¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un destino.
FUENTE:
agulha - revista de cultura # 52
fortaleza, são paulo - julho/agosto de 2006
www.revista.agulha.nom.br