mayo 25, 2008

Nueva edición de COMO VINO LA MANO


Cómo vino la mano. Orígenes del rock argentino
Miguel Grinberg

Gourmet Musical Ediciones
Páginas: 296
ISBN: 978-987-22664-3-1


Cómo vino la mano es un clásico en la bibliografía sobre la historia del rock en la Argentina, y la base de la mayor parte de las investigaciones posteriores. Escrito por un destacado participante y testigo de los comienzos del movimiento desde mediados de la década del '60, fue publicado originalmente en 1977 e incluye conversaciones con algunos de los que fueron los principales protagonistas de esta historia hasta entonces: los músicos Moris, Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta, Claudio Gabis, Gustavo Santaolalla, León Gieco y Charly García; el poeta y periodista Pipo Lernoud y el productor y editor Jorge Álvarez.

En esta edición –además de un nuevo prólogo y numerosas notas aclaratorias– se agregan entrevistas con Miguel Cantilo y Rodolfo García; una renovada selección de fotografías inéditas; dos manifiestos –de Claudio Gabis y Pablo Dacal– y un extenso apéndice con la transcripción de otros artículos sobre el rock, su cultura y su industria publicados por el autor en las revistas La bella gente y Prensario de los espectáculos entre 1971 y 1977.

Ya está en las principales librerías del país.


mayo 12, 2008

1968 y la década del caos

Análisis de Mario Osava

RÍO DE JANEIRO, may (IPS) - 1968 es un año símbolo, pero no necesariamente un año síntesis. Acontecimientos espectaculares, violentos y multitudinarios le imprimieron el sello de revolucionario, pero definir la naturaleza de esa revolución es lo arduo. Los enigmas y las polémicas se han hecho interminables.

Ampliar el foco a la década ayuda a entender el contexto en el que 1968 ingresó a la historia, con la insurrección estudiantil de mayo en Francia, la invasión de tropas soviéticas a Checoslovaquia, y la ofensiva del Tet que determinó la derrota de la intervención estadounidense en Vietnam. Algunos autores franceses se refieren a los "años 1968".

Años más o menos, en la década de 1960 surgió en Italia la reacción contra los manicomios, se vivió el auge de las luchas negras por los derechos civiles en Estados Unidos, nacía el movimiento de los homosexuales, el feminismo se volvía más complejo, ampliando sus objetivos de la simple igualdad a la equidad de género y los derechos reproductivos. El ecologismo daba sus primeros pasos, despertando a la importancia vital de la diversidad biológica.

El reconocimiento de la diversidad como valor y principio vital, contrariando siglos de entronización de la homogeneidad --"masificación" era el término de la época-- fue una transformación que el mundo sufrió en aquella década.

Pasó a estar a la orden del día el respeto a la diversidad étnica, sexual, humana, biológica, de pensamiento, religiosa, cultural. En este aspecto, el tropicalismo brasileño estuvo más acorde con los nuevos tiempos que otras corrientes artísticas y que los propios militantes revolucionarios.

La industrialización de las sociedades había exacerbado la esquematización de casi todo, en nombre de la productividad. La familia debía tener padre, madre y dos hijos (desde el salario mínimo hasta los automóviles fueron concebidos para cuatro personas), la escuela era una fábrica de profesionales calificados. Casas, ropas, comidas, carreras, todo lo más parecido posible, hecho en una línea de producción.

El ideal de uniformización no tenía ideología, de allí que el comunismo lo llevara más a fondo, con la vigencia de partidos únicos que intentaban extirpar las ideas disidentes.

Esta tendencia se hizo más evidente en la alimentación, por ejemplo. En el transcurso de su historia, la humanidad se alimentó de unas 10.000 especies vegetales, hoy reducidas apenas a 150, y con más de la mitad del volumen consumido concentrado en sólo cuatro: arroz, papa, maíz y trigo. Este es uno de los factores de la actual crisis alimentaria.

Las nuevas perspectivas de supervivencia de los indígenas con sus lenguas y culturas, como pueblos con identidad propia, también son producto de la "revolución de la diversidad" que puede ubicarse en los años 60, así como la libre opción sexual, la ciudadanía de las personas con deficiencia y la idea de inclusión en general.

El ser indígena ya no es, como se creía, un estadio prehistórico que se supera con la extinción o la asimilación.

No se trata sólo de valores o derechos reconocidos, sino también del enriquecimiento de la humanidad, de mayor creatividad y, a menudo, de nuestra supervivencia. Pero son ideas que demoran en arraigar. Sólo ahora, Bolivia y Ecuador buscan definirse como estados plurinacionales, y en Brasil aún hay generales que ven los territorios indígenas en la frontera como amenazas a la soberanía nacional.

América Latina obtuvo su potencial de agitación política con la Revolución Cubana y el "Ché" Guevara asumiendo la misión de diseminar guerrillas, hasta ser asesinado en 1967 en Bolivia. Los grupos insurgentes se volvieron habituales, inclusive en la próspera Europa.

La rebelión de 1968 devino pandémica sobre todo por el movimiento estudiantil. En Brasil desafió a la dictadura con la "Passeata dos Cem Mil" en Río de Janeiro y con otros choques callejeros con la policía, hasta la captura y prisión de toda su dirigencia en octubre de aquel año.

En México, los estudiantes tuvieron como respuesta la masacre de la plaza de Tlatelolco, con decenas o cientos de muertos, nunca se ha sabido con certeza. Alemania, Estados Unidos, Italia, Japón y otros países ricos y democráticos también reprimieron con violencia a sus jóvenes.

El mayo francés fue emblemático por la amplitud de la sublevación y de los cuestionamientos. Las barricadas de París contagiaron a millones de trabajadores que paralizaron el país, ocupando unas 300 fábricas. "Prohibido prohibir", "abajo el Estado", "la imaginación al poder", "sé realista, pide lo imposible" o "no confíes en nadie mayor de 30 años" fueron lemas imperativos de los manifestantes.

La furia del rechazo a todo fue el grito de libertad de una juventud emergente que ya no podía tolerar las camisas de fuerza heredadas.

La píldora anticonceptiva existía desde 1960, pero la moral vigente reprimía el sexo. Nada de relaciones sexuales antes del casamiento. Las religiones eran omnipresentes y castradoras. Ser ateo era casi un crimen. Y el pelo largo una señal de delincuencia. El orden jerárquico era absoluto, casi militar, en las relaciones familiares, laborales y escolares y entre el Estado y la sociedad.

Europa prosperaba, con un sistema de protección social sin precedentes. Pero era una euforia de reprimidos, al menos para los estudiantes.

Hoy cuesta imaginar que la segregación racial era legal en muchos estados estadounidenses hasta 1964, cuando se aprobó la Ley de Derechos Civiles, reivindicación del movimiento negro cuyas protestas se volvieron masivas a partir de 1955. En aquel año, Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, iniciando una rebelión contra la ley segregacionista de Alabama. En 1968 fue asesinado Martin Luther King, el principal líder negro.

La intolerancia reinante se agravaba por la guerra fría, que aterrorizaba al mundo con la inminencia de una conflagración nuclear y cercenaba la actividad y las ideas políticas con las "fronteras ideológicas".

En Brasil o se era parte de la " civilización occidental, cristiana y democrática" o comunista, y por tanto sujeto a prisión y torturas a partir de 1964.

La cosa no era muy diferente del otro lado de la "cortina de acero". La invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968 sofocó un intento de flexibilizar el régimen con un "socialismo de rostro humano". Muchas insurgencias de entonces fueron esfuerzos para crear un socialismo distinto del soviético, y en ese aspecto la Revolución Cubana fue una esperanza frustrada.

Pero fue también una época extremadamente creativa. No sólo dio origen a los más diversos movimientos, sino a una gran variedad de nuevas ideas y creaciones artísticas. Los grandes compositores populares brasileños surgieron en aquellos años, así como el educador Paulo Freire, la iglesia progresista, la Teología de la Liberación.

Era un período de utopías, esperanzas y generosas entregas. En África nacían nuevos países independientes, algunos luego de sangrientas guerras anticoloniales, como Argelia --con un millón de muertos--, y con promesas revolucionarias. También se intentaban "revoluciones pacíficas", como la elección de Salvador Allende en Chile, en 1970.

Fueron ilusiones, en la mayoría de los casos. Allende murió en el golpe de Estado de Augusto Pinochet, en 1973. Los gobiernos africanos autoproclamados marxistas eran una imposibilidad que acabó en guerras internas y corrupción. Muchos manifestantes del mayo francés saludaron la Revolución Cultural china, ignorando que ella entrañaba la negación del espíritu libertario de los estudiantes.

No por casualidad, también en los años 60 se desarrolló la "teoría del caos", o de los sistemas dinámicos no lineales. Esos estudios constataron que pequeñas alteraciones en un sistema, antes consideradas despreciables, pueden alterar por completo el resultado. Es el llamado "efecto mariposa", el aleteo que puede provocar tempestades del otro lado del mundo, un grado de incertidumbre que fue incorporado a las ciencias.

"Todos somos sujetos" fue uno de los gritos de 1968. El estudiante no es un "pre-ciudadano" aún en formación. Las minorías, las mujeres, todos son actores relevantes y con causas propias.

Se rompieron también las amarras de la izquierda. La revolución y la lucha por conquistas sociales dejaron de ser privativas de los obreros y los sindicatos, como postulaban los marxistas. Los movimientos sociales se multiplicaron y ganaron las calles, desembocando en la fragmentación actual. El mundo siempre fue un mosaico no lineal, sólo que hasta entonces no era reconocido como tal.(FIN/2008)

mayo 06, 2008

TRES HISTORIAS DE MAYO - Por Tomás Eloy Martínez


El escritor argentino hace una radiografía de las ilusiones y las desilusiones de un año convulsionado por la primavera de Praga, la masacre de Tlatelolco y los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King.

La primavera de Praga, la masacre de Tlatelolco y los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King.

En la memoria, 1968 fue un año glorioso. Pero en verdad estuvo sembrado de malos presagios y desdichas. Recuerdo muy bien los últimos días de mayo. Yo acababa de llegar a París, donde me fui a vivir al hotel de siempre, en la Rue du Seine.

La efervescencia de los disturbios estudiantiles y de las huelgas de la fábrica Renault seguía tan viva como el polen de la primavera. Los cercos de hierro alrededor de los castaños, en el boulevard Saint-Germain, estaban arrancados o torcidos; en algunas calles aún se veían los adoquines levantados, y los estudiantes seguían predicando su odio contra Charles de Gaulle y el primer ministro Georges Pompidou en las incendiarias tertulias de los cafés. Los ecos de la revuelta no se habían borrado de los muros de la Sorbona y de las casas cercanas al Odéon.

Anoté los graffiti que más me impresionaron y, cuando me crucé por casualidad en la rue Jacob con Julio Cortázar, vi que él también los había registrado en una libreta.

Eran más de 50, pero en mi memoria, y en la de casi todos, han quedado sólo unos pocos que se han convertido ya en refranes populares: 'Prohibido prohibir', 'La imaginación al poder', 'Vivir el presente'.

Cortázar tenía una cita con unos amigos en el café Deux Magots y lo acompañé hasta allí. Cinco años antes, cuando lo conocí, su obsesión eran las utopías individuales y las rarezas en los márgenes de la realidad.
Ahora no: lo desvelaban las utopías colectivas, la fe en un mundo regido por la justicia y la igualdad entre los seres humanos."El futuro está al alcance de la mano -me dijo-. Por fin empezamos a vivir en un estado de revolución permanente".Era una fe que compartían casi todos los grandes escritores latinoamericanos de aquellos años. A fines de aquel mismo 1968, Octavio Paz renunció como embajador de México ante la India en protesta por la matanza de Tlatelolco.

"El asesinato de los estudiantes fue un sacrificio ritual -declaró al diario Le Monde-. Se quiso aterrorizar a la población usando los mismos métodos de sacrificios humanos de los aztecas".

Los dramas colectivos y los ideales de justicia desvelaban también entonces a Mario Vargas Llosa. "En el socialismo que los escritores ambicionamos -decía dos años antes, en 1966-, no sólo se habrá suprimido la explotación del hombre: también se habrán suprimido los últimos obstáculos para que el escritor pueda escribir libremente lo que le dé la gana".

Para casi todos, incluido el propio Vargas Llosa, la libertad era un valor esencial, pero de segundo orden. Para que la libertad fuera posible, antes había que construir un mundo de justicia, sin ricos ni pobres, y la justicia debía ser igual para todos.

El violento 1968

Las ilusiones del Mayo francés fueron tan fugaces como las de Praga, donde esa misma primavera se predicaba también el "socialismo con rostro humano".

Las izquierdas creían que los pueblos arderían en cólera y que los opresores serían expulsados del inevitable paraíso, pero la realidad rara vez confirmaba esas esperanzas.

En abril de aquel mismo 1968, Luther King fue asesinado en Memphis por un fanático racista; en junio, Robert Kennedy sucumbió a las balas de un palestino vengativo.

Casi todos los países de América Latina fueron cayendo, uno tras otro, en manos de obtusos generales nacionalistas que predicaban sangrientas cruzadas contra enemigos de la cristiandad y de los valores de Occidente.
El futuro parecía estar ahí, pero en verdad el futuro con el que soñaban los grandes escritores del boom era ya puro pasado.Las ilusiones de felicidad colectiva tuvieron una expresión final en julio de 1969, cuando los astronautas de la misión Apolo 11 pusieron el pie en la Luna y convirtieron en verdad histórica lo que había sido un mito imposible de la especie humana. Tal vez en ese momento empezó el tercer milenio.

Cuarenta años después queda muy poco de todo eso. Nadie podría decir si los miles de seres que perecieron en las cárceles y en los campos de concentración de las dictaduras latinoamericanas invocando los ideales de un mundo más justo dejaron tras sí algo mejor que su propio sacrificio. Las utopías sociales han sido sustituidas por las utopías individuales; el generoso amor por los desesperados y desposeídos se ha trocado en preocupación por la supervivencia personal.

Los países son gobernados no ya por las dictaduras militares, sino por los intereses de las grandes corporaciones, a las que los votantes no eligen ni controlan.

Así como las ilusiones y el afán de combatir por un mundo mejor eran el pan cotidiano de los jóvenes de 1968, la atmósfera que respiran hoy está hecha de escepticismo.

Da la impresión de que, conquistadas la democracia y la modernidad, ya no hubiera nada que soñar. La injusticia sigue ahí, más saludable que nunca. Pero la injusticia es un valor que se siente, no que se piensa.

Cortázar murió en 1984, con todas las utopías intactas. Sus célebres últimas palabras, "Denme un calmante", parecen un resumen de los años de revuelta, cuando cada ser humano creía llevar en sí la sed y el dolor de toda la especie.

Octavio Paz murió en 1998, defendiendo hasta el final la estabilidad de las instituciones (sobre todo en el inestable México) y condenando tanto el régimen de Fidel Castro como el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba.

Vargas Llosa da conferencias incansables en defensa de la libertad de los individuos y de los mercados, pero ya no pelea por cambiar el mundo que tenemos sino, más bien, por reconocerlo tal como es: abusivo, implacable, sometido a las leyes del dinero.

Carlos Fuentes, que en 1968 tenía prohibida la entrada en Estados Unidos, es hoy el intelectual latinoamericano de mayor influencia en Washington, Nueva York y Los Ángeles.

Tanto en sus clases de la Brown University como en sus continuos discursos públicos ante senadores y académicos, Fuentes se obstina en señalar que, en el terreno de la inteligencia y de la cultura, América Latina es tanto o más que los Estados Unidos, y que el objetivo inmediato de los políticos no es abolir el Estado, que tanto costó crear, ni tampoco expandir el Estado. El problema es construir un Estado mejor.

La imaginación al poder

Los malos presagios se han disipado y ahora sólo quedan las desdichas. Como en la historia todo regresa, tal vez dentro de 40 años vuelvan también las ilusiones de felicidad colectiva que murieron de muerte violenta en la década que sucedió al Mayo francés.

Tal vez también entonces se hayan aprendido ya las lecciones del pasado y la violencia deje de ser para siempre la partera de la historia.
Aun en los tiempos oscuros de las dictaduras, la imaginación siempre se ingenió en América Latina para tener el poder, ya fuera a través de grandes novelas o de grandes madres desesperadas.

No era el poder de las armas, por supuesto, o el poder de los gobiernos, sino algo más perdurable: el poder de la historia. "Si perdemos la imaginación, perdemos todo", me dijo Cortázar aquel mayo de 1968 en el Atrium. Ese es el gran riesgo de este fin de siglo.

¿Es posible que los jóvenes mantengan vivo el fuego de la imaginación? Si perseveran en el escepticismo y en el afán de éxito personal, es difícil que lo consigan. Pero sólo dentro de 40 años se conocerá la respuesta, en otro Mayo, cuando el futuro sea pasado.

Fuente: Semana.com (Bogotá)