abril 28, 2007

TREINTA AÑOS DE ROCK ARGENTINO


Resumen del Libro 25 Años de Rock Argentino
de Miguel Grinberg



30 AÑOS DE BÚSQUEDA

A pesar de que el origen del rock criollo se remonta a 1963 se toma como punto de partida en 1967 con el lanzamiento de "La balsa" por Los Gatos.
Cada período de su evolución ha tenido distintas características y ha coincidido con ciclos históricos del país:



El ciclo 1 se extiende hasta 1970 cuya característica era la elección del castellano y coincide con el gobierno de Onganía y se separan "Los Gatos", "Manal" y "Almendra". Otros músicos y grupos importantes son: Moris, José Alberto Iglesias conocido como "Tanguito" y "Los Abuelos de la Nada", "Vox Dei" y "Arco Iris".


El ciclo 2 termina en 1975 cuando se separa Sui Generis en pleno auge del horror Lopezrreguista y del éxodo de músicos. Se distingue por el sonido rockero


El ciclo 3 comienza en 1976 con el terror del Proceso y se distingue por la influencia del folklore y el tango, que plantea los dilemas de la identidad.Una muchedumbre juvenil abandona el consumo de música industrial pasatista y constituye un público verdaderamente masivo en la capital y en einterior del país, y disputa el sentido de la produccción independiente de discos y publicaciones. Termina en 1982 después de la guerra de Malvinas, la disolución de Serú Girán y la convocatoria a elecciones democráticas.


El ciclo 4 abarca los años comprendidos entre 1982 y 1985 por el debut discográfico de Los Redonditos de Ricota y de sumo y el ¨boom¨ de la revista Canta Rock


El ciclo 5 comprende el período entre 1986 y 1994 cuando se produce un ¨divorcio ¨ entre el alfonsinismo y gran parte de la juventud . Este tramo fue el de desconcierto y de sedimentación

Los últimos ciclos requieren re-lecturas sociológicas porque Luca Prodán reabre el canto en inglés y buena parte de la juventud se sumergieron en penosas e imbéciles modas, sin olvidar la muerte prematura de Prodán, Federico Moura y Miguel Abuelo.

La generación actual hizo su escuela primaria bajo la dictadura y el secundario bajo el sectarismo cultural de la coordinadora radical: nunca pudo asumir la democracia para transformar la sociedad.

El rock fue durante sus 2 primeras décadas una música de resistencia frente a la realidad genocida. Ha evolucionado sin parar. Al mismo tiempo su poder de expresión y convocatoria se fue constituyendo en una realidad muy obvia.

Aunque alguna gente haya intentado desacreditarlo como penetración cultural foránea siguió atrayendo a una multitud de gente joven porque su materia prima era y es el lenguaje del corazón y la sinceridad.

El rock ha sido siempre un sinónimo de libertad que siempre fue difamado, marginado y despreciado hasta 1982, cuando termina la guerra de Malvinas. Ha sido un canto permanente de solidaridad y búsqueda de justicia.

Aunque varias generaciones crecieron con el rock su camino es nuevo: es que siempre se reintenta así mismo. Ha tenido y tendrá ciclos de estancamiento pero también ha tenido hitos y cumbres impresionantes.

El rock es una manera de no sucumbir en el duro trabajo de construir una sociedad diferente.




LITTO NEBBIA:

“El negocio se comió el rock”

Mientras última los detalles de su nuevo disco y se prepara para el aniversario de Los Gatos Salvajes, Litto Nebbia habló con 10Música.

ARCHIVO - 11.05.2005
Entrevista: Sergio Marchi

Luego de haber sido homenajeado durante la última entrega de los Premios Gardel, Litto Nebbia nos adelanta sus planes futuros: nuevos disco solista en puerta, aniversario de Los Gatos Salvajes, varios recitales programados y hasta un homenaje a Frank Zappa.


Tenés una nueva banda con la que tocaste el 13 de mayo en La Trastienda. ¿Hay un nuevo disco detrás?


Sí, tiene que ver con un nuevo disco pero que va a salir en agosto recién para que no se me empaste con otras cosas, como el aniversario de Los Gatos Salvajes que hay a mitad de año. El disco nuevo va a salir en agosto, se llama Danza de corazón y el cuarteto este que armé, que se llama “La luz”, es Ariel Minimal en guitarra, Federico Boaglio en bajo eléctrico, Daniel Colombres en batería y yo piano, órgano y guitarra. El disco es toda música nueva pero hecho desde la perspectiva de este cuarteto y de saber como va a sonar en vivo. Distinto de otros álbumes más conceptuales que hago.
Entonces, después de La Trastienda vamos a tocar a España y cuando venimos me dedico unos veinte días a este aniversario de los cuarenta años de Los Gatos Salvajes con un disco que sale a mitad de año. Concretamente, el 23 y 24 de julio vamos a tocar en el Ateneo; a la semana siguiente vamos a tocar en el Teatro Comedia en la ciudad de Rosario y después en algunos lugares del interior de Santa Fe, prácticamente los mismos lugares que hace cuarenta años íbamos a tocar con Los Gatos Salvajes. Va a salir también en ese momento un libro que escribió Mario Antonelli sobre Los Gatos Salvajes, lleno de anécdotas y fotos inéditas, recortes de la banda que guardaba mi vieja. Después va a salir la remasterización de todas las grabaciones de Los Gatos Salvajes completas que van a incluir 5 o 6 músicas inéditas que encontramos en programas de televisión que no salieron anteriormente. Y con mi hija se va a hacer la filmación de todos los conciertos y ensayos con la idea después de hacer un buen documental sobre toda esta historia. Todo este homenaje ha tenido su punto de partida con la edición del disco de Los Gatos Salvajes en Europa; ahí lo venden en Holanda, Inglaterra como un disco de colección, mencionándolo como el primer disco de rock de autor en castellano.

Si, porque es raro conociéndote a vos y tu carrera que vos te pongas a hacer un homenaje y a juntar a todos los tipos...

Si, yo siempre me he negado reunir de nuevo a Los Gatos, además siempre de todos los lugares que me lo han ofrecido es siempre por la magnitud del negocio. A mi no me gusta tener que volver a hacer algo por la guita, respeto mucho lo que fue el grupo y lo que hicimos para la música argentina. Es un riesgo, vos tenés un grupo que tuviste de tu adolescencia y que cuando se reúnen terminan todos peleados, es una picardía. Nunca he aceptado eso. Pero cuando surgió esto de Los Gatos Salvajes me pareció una cosa noble, justa. Primero porque Los Gatos Salvajes quedaron opacados por el éxito aplastante de Los Gatos en su momento en toda América. En honor a la verdad, la experiencia de Los Gatos Salvajes es la experiencia piloto de Los Gatos, ahí están mis primeras cancioncitas a los catorce años. Y surgió esta oportunidad. Ciro (Fogliatta) se encargó de ir a buscar al resto de los integrantes que hace mucho no veíamos y los encontró muy bien, muy entusiasmados y hace como un mes que están ensayando en Rosario. Encima con un agregado: se han acordado de un montón de canciones que escribí yo pero que no grabamos con Los Gatos Salvajes, que quedaron en el tintero. Y las toqué y están bárbaros, es una sensación muy rara. Bueno y así se dio todo, de una forma muy natural, que así es el recuerdo de como hicimos este grupo. Yo tenía quince años cuando entré y creo que lo valioso del concepto grupal era que cuatro o cinco flacos se junten a hacer una banda de rock. Esta sigue siendo, en cualquier parte del mundo, la cosa más linda que puede hacer un pendejo.

Me gustaría volver a este nuevo cuarteto que armaste “La luz” porque es extraño que lo hayas armado con pibes relativamente jóvenes como Minimal.

Para armar una banda todos tienen que estar contentos con lo que hacen, que le gusten como tocan los otros y que sea recíproco. Tengo esa formación grupal y yo las agrupaciones que armo son para desarrollar mis propias composiciones. Pero la música que escribo y lo que toco en vivo tiene muchísimos momentos solistas e improvisación para los músicos que tocan conmigo. Entonces yo tengo que tocar con gente que me guste lo que hacen y ver que a ellos les gusta lo que yo hago sino esto sería un trabajo cualquiera. Entonces siempre toco con gente con la cual tengo gran afinidad musical. Por ejemplo a Ariel Minimal lo conocí hace muy poco tiempo. Un amigo en común me trajo un par de discos de él, me gustaron mucho, todo lo que hace con su grupo Pez. No porque sea parecido a lo que hago, pero su valor conceptual me hace acordar mis discos de los años setenta. Y además en un momento donde la música rock está muy quieta, está casi sin riesgo, para mi faltan buenas líneas melódicas y gente que haga cosas originales. De pronto que aparezca un tipo de treinta y pico con ese tipo de sonido me parece buenísimo.

Decías que notabas al rock quieto, carente de riesgo, ¿qué el lo que te parece que le hace falta y que crees que pasó para que lleguemos a esto?

No me estoy refiriendo a eso de “todo tiempo pasado fue mejor” porque soy uno de los tipos que siempre está en la guardia en alto para meterse en cosas nuevas. Pero imaginate que yo vengo de una educación donde a los quince años aparecen Los Beatles y Hollies, Los Zombies, Cream y Jimi Hendrix. Y paralelamente a todo el movimiento de la invasión británica en el mundo yo escuchaba discos de jazz como Chet Baker y John Coltrane. Y también el nacimiento de la bossa nova con Joao Gilberto. Entonces, uno viene de esa formación en donde cada grupo tenía algo distinto y original esto le daba la oportunidad a la juventud a enriquecer su oído y el buen gusto musical. Era de una búsqueda constante sin límites, sin esquemas rígidos. No era -como sucede hoy en día- que un rockero desprecia a otro que es otra cosa. Toda la rigidez en el arte no trae nada bueno, estanca los géneros. Y el rock en los últimos veinte años ha sido devorado por el negocio y también por esta vanidad de las super stars en donde todos quieren viajar en limousine cuando en realidad ni saben los acordes de las canciones. Y esto no es invento mío; no hay en los últimos quince años grandes compositores que hayan aparecido con estilo. Entonces digo, ¿qué pasó? El negocio se comió el género. Cuando la única razón para llevar adelante un movimiento musical es el dinero es posible que la música no sea tan buena.

¿Qué otro factor –aparte del negocio- te parece que pudo haber contribuido para que estemos tan secos creativamente o para que los pibes estén cerrados y crean que el rock & roll es con bengalas, banderas y que la fiesta es abajo?

No te olvides que el país ha vivido un proceso de desculturización y despolitización desde la época del proceso militar en adelante que no se puede creer. Esos son veinte años y varias generaciones quemadas, un montón de códigos que este país tenía están ocultos y disgregados. De nuevo me tengo que remitir a aquella época; uno tenía un conecte con la literatura, el cine, un bagaje cultural muy bueno. Y a la hora que vos hacías tu canción eras un tipo que venía con cierta información piola. La penetración que tienen hoy los medios de comunicación es masiva.

Yendo a lo de Cromañón específicamente, ¿que reflexión te mereció todo ese proceso de que murieron tantos pibes en un recital de rock?

Quiero separar mi pena con la cosa trágica de que haya muerto tanta cantidad de gente, un desastre, una pesadilla. Pero también lo que quiero es separar toda la pena de lo que pasó y tratar de reflexionarla alrededor de la música. Eso no tiene que ver con la música ni con un carajo. Quien sea el responsable, quien hizo entrar más gente de la que se podía, porque quería ganar más plata es un irresponsable. La gente que va no tiene noción, no va a sufrir. Me da bronca que por la polémica que se arma y lo que se dice en la tele y hay que tener en cuenta que no fue solo un accidente sino también una negligencia. Tomarlo de esa manera es no entender el error de lo que pasó y no tener respeto frente a la gente que falleció.

¿Vos pensás que esto puede afectar al rock argentino?

No, yo no creo que a la larga vaya a afectar, hay mucha hipocresía detrás de esto. Y como este país se maneja solo por extremos ahora de golpe en todos los lugares revisan las habilitaciones y es posible que estén irregulares y se paguen. Pero cuando pase el tiempo se van a olvidar. Una macana que tenemos los argentinos, poca memoria, ¿no? Yo creo que la cosa no tiene que quedar en la polémica de si el grupo de esa noche toca bien o mal; acá murieron 200 tipos por negligencia de unas personas. Creo que debería servir para que desde todos los lugares responsables –incluyendo el público que asiste- decir, bueno, ‘dejemonos de joder’, y dejar de apostar a la muerte.

Estás también haciendo un homenaje a Frank Zappa...

Bueno, vos viste que de tanto en tanto yo me mando un homenaje algún compositor. Esto no es más que un pretexto para hacer un disco lindo. Ya hice tres de los Beatles, The love Jobim, uno de Gladis Wilson. Lo que hago en esos discos es invitar a gente que sé que admira a ese compositor a que libremente haga uno o dos de los temas que más le gusta. No es un disco de covers, sino un disco original nuestro. En este álbum va a estar Ariel Minimal, Javier Malosetti y Los Super Ratones y cinco o seis temas que toco yo. Va a salir ,para fin de este año o el año que viene. Ya nos contestó la mujer de Frank Zappa que con los hijos son los que manejan todo el tema de sus discos. Pero ya nos dijo que con mucho gusto quiere oir lo que estamos haciendo. Porque entonces nos autorizaría y nos daría permiso para poner una foto en la tapa, pero solo si le gusta lo que estas haciendo. Es algo que yo hago por satisfacción.



abril 24, 2007

CLAUDIO HERDENER - FOTOGALERIA

Recomendamos visitar el blog
para apreciar una espléndida selección de trabajos de CLAUDIO HERDENER, uno de los mejores reporteros gráficos de la Argentina.

abril 08, 2007

Vandalismo: la nueva ideología argentina


Ataque contra Un día muy particular

Hordas. Hordas uniformadas con gases lacrimógenos asesinos; hordas de encapuchados con garrotes que rompen o incendian a su paso; hordas de ambientalistas que cortan rutas y puentes internacionales; hordas de delincuentes que roban y matan sin piedad.

Las calles argentinas hace rato que se han canibalizado, sea por el crimen organizado que hace correr la droga o que producen "a la carta" oleadas extrañas de muy puntuales tipos de delito, y por los nuevos agentes sociales que se apropiaron de la protesta callejera y acampan en medio de una avenida cada vez que se les ocurre.

Grupos de choque compactos o dispersos producen imparables actos de vandalismo en las ciudades ante la anomia de la ley y de una autoridad que se repliega o que cuando avanza, como en Neuquén, mata. Plazas y edificios públicos enrejados; servicios de seguridad parapetados en sus garitas; adolescentes que andan por la noche alcoholizados; la TV convertida en una cloaca provocadora y vociferante; energúmenos que desde la función pública crispan los nervios, reavivan viejas discordias y esconden la mano después de tirar la piedra.

En ese contexto tan desolador, ¿hay todavía algún ingenuo que piense que el teatro, tan amado y frecuentado por los porteños, podía seguir intacto y a buen resguardo de la putrefacción que lo circunda?

* * *

Fue cronológica e ideológicamente hace tanto que destruyeron el teatro Argentino en 1973, para impedir el estreno de Jesucristo Superstar, o que otro artefacto explosivo, en 1975, procuró amedrentar a Nacha Guevara y terminó matando a dos personas en el teatro Estrellas o que sendos incendios, en 1982, redujeron a cenizas al teatro El Nacional, por la revista Sexcitante , y al teatro del Picadero, por el inolvidable ciclo de Teatro Abierto, que ya creíamos que las salas se habían convertido realmente en templos inviolables donde los espectadores seguiríamos encontrando esparcimiento, remanso o reflexión sin ser perturbados y los actores podrían expresar para siempre su arte sin temor, por más osados que fueran, sin ser amenazados, vituperados, procesados o agredidos psicológica o físicamente. ¡Parecían tan lejanos e irrepetibles los disturbios, ya en la democracia naciente de 1984, contra la presentación de Dario Fo en el Teatro San Martín!

Y sin embargo, en la noche del último jueves, lo irracional volvió a dañar, después de tanto tiempo, a una sala. En un día raro, triste y peligroso, en el que la provincia de Neuquén estaba en llamas y Quebracho hacía su periódico desmán, manos anónimas desprogramaban una consola en el teatro Lorange, defecaban allí mismo y se llevaban el CD y el back-up correspondiente a los audios que se escuchan en la obra Un día muy particular (ver crítica aparte) recién estrenada.

* * *

Inmediatamente de conocido este grave hecho, se expresaron dos conjeturas irreductibles y contrapuestas: una es la del dueño de la sala, Carlos Rottemberg, que descarta una connotación política del asunto y lo atribuye a rateros comunes y otra, la expresada por el gremio actoral y los propios protagonistas de la obra que, sin dudar, asignan la autoría del cobarde atentado a sectores molestos por lo que la obra reivindica: el derecho de todo ser humano a ser respetado en sus diferencias sin imposiciones autoritarias.

La argumentación de Rottemberg se debilita cuando se comprueba que los autores del hecho no robaron nada de valor -la consola de sonido que no se llevaron cuesta unos cuantos miles de dólares- y se fortalece cuando refiere que este tipo de vandalismo es una lacra que suelen padecer los empresarios teatrales y que lo mismo le sucedió en más de una ocasión.

Sin la mínima duda, desde el otro rincón, la Asociación Argentina de Actores convocó anteanoche a una conferencia de prensa en el camarín de los protagonistas, a la que asistieron políticos, Madres de Plaza de Mayo y figuras del espectáculo para repudiar el atentado, aferrada a la idea de que "el robo de la banda de sonido y la destrucción de elementos de trabajo de la obra de teatro Un día muy particular pasa a integrar la larga lista de intimidaciones por parte de los que no se resignan a vivir en democracia, nostálgicos del terrorismo de Estado".

La argumentación de la AAA se debilita al no conocerse hasta el momento reivindicación alguna del hecho por parte de ningún grupo u organización determinada y se fortalece en la propia impunidad del acto (los agresores pudieron sortear la cortina metálica baja sin violentarla que hay en el ingreso de la galería, en cuyos fondos funciona el Lorange). Por otra parte, y salvando las distancias, el hecho de que nadie haya reivindicado el secuestro y desaparición de Julio López no quita el serio cariz político que envuelve a ese doloroso enigma.

* * *

Resulta torpe aferrarse a una de las dos opciones, principalmente porque hayan sido unos u otros -también los malpensados podrían agregar como posibilidad un burdo ardid tramado para fortalecer la publicidad de la obra en sus pasos iniciales o un plan de desestabilización general en el que lo del Lorange sería apenas una minúscula parte-, arroja el mismo síntoma de descomposición: un teatro fue agredido, sea por malestar ideológico de alguien o por la actuación de una bandita descerebrada que sólo pretendió divertirse haciendo maldades. La falta de contención social y de incentivos para el progreso y la ausencia de valores morales y de castigos efectivos para quienes pasan por la vida desaprensivamente arman un nuevo tipo de terrorista no ilustrado y lumpen, que puede cometer este tipo de desmanes en nombre de su propio abismo interior.

Una rápida recorrida por la galería muy venida a menos que contiene al Lorange muestra un paisaje decadente, transitado por personajes extraños, donde alternan negocios cerrados, un sex shop , varios locales de tatuajes y otros tantos para fans de historietas donde sobresalen pesadillescos muñecos corpóreos de Alien, Chucky y el avejentado Drácula de la versión de Francis Ford Coppola.

¿Quién atentó contra Un día muy particular?: ¿fachos, mano de obra desocupada, alguna nueva tribu urbana sedienta de emociones toscas, acaso algún personaje de historieta oscura que mágicamente se corporizó?

Lo mismo da: un nuevo hecho grave ha ocurrido y provenga de donde proviniere expresa que las aguas fétidas de la descomposición también han comenzado a lamer nuestras butacas.

Por Pablo Sirvén

psirven@lanacion.com.ar

LA NACIÓN - 8 Abril 2007

abril 06, 2007

LA GUERRA DE MALVINAS


“Mientras no hablemos, mientras no escuchemos, seguimos de algún modo allí”
Un grupo de ex combatientes se reúnen en la cima del Wireless Ridge donde estaban sus trincheras durante la guerra.

Por Federico Lorenz *

“Tengo todo lo mío.”
Wireless Ridge (Malvinas),
12 de marzo de 2007
- Página 12

Puerto Stanley es una ciudad chica, recorrida de Este a Oeste por la avenida Ross, una costanera ventosa y fría. Toda su vida parece transcurrir por ella: el correo, la casa del gobernador, el Town Hall, el mercado de la Falkland Island Company.


Después de las cinco de la tarde, que es cuando todo muere aquí, el lugar para encontrarse con los argentinos desparramados por la capital de Malvinas es esa avenida. Vamos y venimos desorientados por esa ciudad que muere cada día.

Sin embargo, si la cabeza de quienes caminan por las calles azotadas por el viento y la llovizna persistente está orientada por las memorias de la guerra de 1982, esa experiencia es engañosa. Si ese es el caso, Stanley cambia de forma, y se parece a uno de esos libros para chicos que al abrirlos despliegan casas y figuras de cartón, escenas de otros tiempos. El tiempo retrocede. Entonces, ese reloj de agujas gruesas sobre nuestra cabeza se pone blanco y negro y recuerda fotografías de columnas argentinas marchando hacia el Oeste bajo su mirada.

La avenida Ross es el camino que miles de soldados argentinos hicieron durante la guerra, desde el aeropuerto hacia los cerros en los que cavaron sus posiciones y esperaron el ataque británico. Cuando se produjo la retirada, por allí mismo regresaron en desbandada bajo el bombardeo o como prisioneros para ser embarcados rumbo al continente.

Salgo a la tarde, cuando la lluvia amaina, para hacer ese camino. Vale la pena. Es una hermosa costanera, con monumentos a los caídos. Hay uno que perturba especialmente, dedicado por los isleños “a aquellos que nos liberaron”, los militares británicos muertos en 1982. El casco semihundido del “Jhelum” es una tentación para los fotógrafos.

Por arte de la memoria y del mismo paisaje, el asfalto de repente se vuelve un camino de ripio barroso y poceado, que acompaña materialmente el viaje en el túnel del tiempo. La única compañía son el viento y los cerros silentes. Hacia el Oeste, los picos del Dos Hermanas aparecen negros y ominosos contra el cielo gris.

Miro hacia atrás, y veo una hilera de hombres marchando hacia mí. Fueron soldados en 1982; hoy son ex combatientes que vuelven a visitar sus antiguas posiciones. Nos conocemos desde antes, y me invitan a subir con ellos. Es un raro privilegio, pues estos días han debido esquivar el asedio de distintos medios, que saben que un grupo numeroso de ellos vino a Malvinas a cerrar un capítulo de su historia. Visitan el lugar en el que podrían haber muerto y en el que vieron a tantos morir.

Cumplir promesas, cerrar heridas, saldar deudas, pasar una noche en la antigua posición: en gran medida es por eso que muchos vuelven, pero a veces esas necesidades personales son incompatibles con los tiempos de la avidez social por las novedades que un aniversario redondo (¡un cuarto de siglo, caramba!) despierta. El tiempo se detuvo para ellos en el momento en el que los marcó indeleblemente con la guerra, aunque hayan seguido viviendo. Para otros no fue así: no sobrevivieron a la batalla, o a su recuerdo.

Pasamos por el lugar donde estuvo el cuartel de los Royal Marines, en Moody Brooke: nada queda de él. Ya reconocieron la cresta del Wireless Ridge, donde estuvieron sus posiciones, y hacia allí vamos.

No tenían pensado llegarse hoy hasta sus covachas, las posiciones que ocuparon durante la guerra. Simplemente salieron a caminar después de comer. Pero, como uno de ellos me dice a los gritos, no sé qué fuerza me trae aquí y ahora me atrae, no me deja volver. Y ahora están, detenidos en la base de un cerro: del otro lado está su historia. Para cortar camino, le piden permiso a los gritos a una isleña:
–Can we pass? We want to visit the places where we fought 25 years ago!
–Yes, come in.


Y eso es todo. La mujer ni siquiera dejó de acomodar unas herramientas en la entrada de su casa. Tan sencillo, tan profundo a la vez.

Subimos a los tumbos por la ladera esponjosa y húmeda. De repente asomamos a un valle, que sube suavemente hacia otra loma y allá, a lo lejos, recortado contra el cielo, está el Longdon. Es una visión abrumadora, pero acaso sólo lo sea si pensamos que allí tuvo lugar uno de los combates más feroces de la guerra. Más allá, al Norte, del otro lado de un brazo de agua, hay una casa que ellos conocen demasiado bien: cerca de ella, cuatro de sus compañeros volaron cuando el bote en el que cruzaban para buscar comida chocó contra una mina. Comentan en voz baja, con algún resentimiento, que ahí se veían luces de distintos colores cada noche, pero que tenían prohibido tirarle a la casa.

El faldeo verde está manchado de negro aquí y allá con una frecuencia desazonadora: lo que no son restos de las posiciones argentinas son las marcas de las bombas inglesas que las buscaron.

Me he quedado solo. Los hombres a los que acompañaba van y vienen entre las rocas evocando jornadas y nombres, ríen, gritan y se abrazan cuando esto sucede. Pero al final vence el silencio reflexivo, y sus voces se pierden, además, entre las ráfagas poderosas que vienen del Longdon, allá al Oeste, como una advertencia. Desparramados por el suelo hay restos que representan la vida de esos hombres en los pozos: maderas, frazadas, ponchos, cápsulas servidas, hierros oxidados y cables de teléfono. Uno de los que vuelven, Beto, perdió un brazo durante la guerra, y lo hirieron en el pecho para rematarlo. Recuerda la guerra en tres colores, me dijo antes de venir: negro de la tierra, blanco del humo de la explosión y rojo de su sangre. Servía los morteros que apoyaban a sus compañeros de la Compañía B, que sufrió el ataque inglés en la noche del 11 de junio. Está fascinado por el lugar: levanta piezas de hierro que tras sus palabras cobran vida y permiten imaginar sus acciones; señala los restos de su posición y sencillamente informa que los pozos que la rodean son los cráteres de la artillería inglesa que los buscó para destruirlos. Levanta una caramañola rota, la tira, despliega una frazada mohosa, se mete en un pozo semiderruido, toma unas cápsulas servidas, alza un caño que usaron de antena para la radio... nos mira desde lo alto, conmovido, y dice simplemente: “Tengo todo lo mío”.

Parece que hasta el viento ha cesado por un instante, pero no es así. Sólo es la ladera del cerro que nos repara. Cuando llegamos al filo del Wireless Ridge, ya de regreso, sus aullidos nos recuerdan que siempre estará allí, custodiando las cosas con las que Beto fue a la guerra, lo que de él dejó en Malvinas, a los que no volvieron, a los que jamás se pudieron ir del todo de las islas, recordándonos que en realidad todos, mientras no hablemos, mientras no escuchemos, seguimos de algún modo allí.

* Licenciado en historia, coordinador y capacitador del CEPA (Secretaría de Educación al gobierno de la ciudad). Autor de "Las guerras por Malvinas y de Cruces, idas y vueltas por Malvinas", junto con María Laura Guembe.

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abril 05, 2007

CONSTRUIR UN PAÍS ES NUESTRO DESAFÍO



por Miguel Grinberg
(Metrodiario / publicado el 25 octubre 2000)

Hace cuarenta años, el escritor Marco Denevi (1922-1998) dijo que el argentino tiene una mentalidad de huésped de hotel, que el hotel es el país y que un pasajero de hotel "no se mete" con los otros "Y si los administradores administran mal, si los administradores roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros... a quienes en otro sitio los está esperando su futura casa propia, ahora en construcción".

El célebre autor de "Ceremonia Secreta" y "Rosaura a las diez" ironizaba sobre la identidad del dueño del hotel, alguien desconocido que seguramente era muy rico, por lo tanto los pasajeros se esmeraban en robar las cucharitas, los ceniceros y las toallas y, si era posible, pagaban de menos. Y profetizaba: "Quizás algún día los argentinos nos convenzamos de que este hotel de tránsito es nuestro único hogar y que no hay ninguna Argentina -visible o invisible- esperándonos en alguna otra parte".

Aparentemente, ese día llegó: Argentina Hotel alberga hoy a una cantidad infinita de gerentes sospechosos de fraude, mientras los pasajeros claman porque hay goteras y cucarachas en sus habitaciones, detectan extraños o indignos objetos flotando en su sopa y, peor todavía, advierten que les cobran siempre de más y sufren porque el conserje les impone que traigan sus propias toallas, ceniceros y cucharitas.

En medio de este torbellino de vida cotidiana ficticia y degradada, muchos padres comprueban ahora que sus hijos deciden irse a otros hoteles. Es la clásica epopeya del desarraigo argentino tan bien analizada por Julio Mafud, Héctor Älvarez Murena o Juan José Sebrelli. Y que se remonta a los tiempos de la Conquista, cuando otros desarraigados desembarcaron en estas pampas chatas en pos de pepitas de oro caídas por inercia desde el Imperio Inca, y se toparon con una multitud melancólica de indígenas nómades y semidesnudos que ni siquiera supieron informarles la ruta hacia la Fuente de Juvencia. No arraigaron, apenas sedimentaron. Sólo pudieron apropiarse de miles de kilómetros de tierras enigmáticas. El conquistador europeo le robó la mujer al indio. Que hizo lo mismo cuando llegaron las "blancas". El híbrido resultante no fue fruto del amor, sino del odio. Aquellos remotos desarraigados anónimos fomentaron una tradición malsana: ganar lo suficiente con el menor esfuerzo, enquistarse en alguna burocracia municipal, "hacerse amigos del juez", salvarse con un golpe de suerte en el Hipódromo o la Lotería y dar materia prima al desolador tango "Cambalache", de Discépolo ("el que no afana es un gil").

Pero no hay nada eterno. La mítica Argentina de las vacas gordas ya no existe. Cayeron todos los antifaces. No hay más Argentina Hotel y nunca construimos de verdad la Argentina Hogar... Durante un siglo, ante cada derrota los argentinos nos consolamos asignándonos el papel de "vencedores morales". La farsa se hizo tragedia. Con apenas dos opciones: despertar para construir otro país o medrar para seguir puliendo colecciones de cucharitas robadas.