febrero 03, 2011

“El Corno Emplumado”: un verdadero proyecto de “globalización”


LA VENTANA - portal de Casa de las Américas (La Habana)
Viernes, 28 de Enero del 2011

Libros y RevistasEl Corno Emplumado, revista fundada en 1961 por la escritora norteamericana Margaret Randall ―jurado de literatura testimonial del recién finalizado Premio Casa de las Américas 2011―, fue un empeño de fusión de culturas bajo la utopía revolucionaria de lograr un mejor ser humano

por Juan Nicolás Padrón

“Yo tenía veinticinco años y recién llegaba a la ciudad de México procedente de Nueva York con mi hijo Gregory, de diez meses. Conocí a Sergio, a otros poetas mexicanos y a escritores de varios lugares del continente en las reuniones informales que hacía el poeta estadounidense Philip Lamantia. Philip vivía en la Zona Rosa y allí nos reuníamos noche tras noche”. Así relató la norteamericana Margaret Randall los inicios de una revista literaria bilingüe (español-inglés) que privilegiaba los textos poéticos, tanto de autores de cierto reconocimiento como de jóvenes desconocidos, e incluía también, generosamente, cartas de los lectores.

Fue un proyecto comenzado por ella en 1961 ―después de haberse instalado en México D. F.—, junto al mexicano Sergio Mondragón y el también norteamericano Harvey Wolin. La publicación fue soñada por jóvenes poetas que se reunían para leerse sus obras inéditas e intercambiar opiniones; junto a sus creadores se encontraban Juan Bañuelos, Howard Frank, Homero Aridjis, Juan Martínez, Raquel Jorodowsky, Ernesto Cardenal… Para algunos, la juventud y la inocencia de los editores condujeron a un error: “adelantarse a su tiempo y ser contemporánea de todo el espacio”.

El Corno Emplumado
/ The Plumed Horn debe su nombre a un instrumento musical usado por los jazzistas ―el corno― y a las plumas de Quetzalcóatl: el primero, expresión musical del pueblo de los Estados Unidos; las segundas, representantes del dios mítico y símbolo cultural de los mexicanos. No resultaba raro este nombre en el contexto de la década del 60, si repasamos los títulos fantásticos de revistas, grupos literarios o lugares de bohemia de la época en América Latina: Pájaro Cascabel, El Escarabajo de Oro, El Techo de la Ballena, El Coyote Flaco, El Gato Tuerto…

El Corno Emplumado
(1962-1969) tuvo 31 números de entre cien y doscientos cincuenta páginas cada uno, un tiraje promedio de dos mil ejemplares y un costo de unos quince mil pesos mexicanos por edición; se consideraba un antigrupo de la contracultura que inauguraba una relación completamente inédita, una plataforma transnacional de poesía en América. Sin responder a una orientación estética determinada, escuela artística o grupo poético, su carácter ecléctico e híbrido proponía una agitación intercultural acorde con la proyección de editores visionarios de una nueva época de neovanguardia.

Aunque no se salvaron de la tradicional anglofilia ingenua de la hispanidad o la inocente mirada de los anglófonos hacia el mito americano, y a pesar de números desiguales y de su perfil anárquico, los editores demostraban una vocación latinoamericanista y cosmopolita que tendía un puente cultural entre los Estados Unidos y América Latina, y entre América y Europa.

Muchos jóvenes poetas totalmente desconocidos entraron a sus páginas; otros, relativamente establecidos, crecieron más, e incluso algunos lograron mucho éxito; por lo general eran del Sur y del “sur” del Norte, con voluntad de unir y enlazar pueblos y personas, en la idea de un mundo de igualdad y paz; la utopía poética de encarnar el amor entre los seres humanos fue una obsesión de la revista.

La publicación compartía el influjo del movimiento Beat norteamericano y predominaban jóvenes generaciones de la posvanguardia latinoamericana, casi siempre poetas conversacionales, pero no se limitaban a un estilo, lugar o grupo. Tenían claras intenciones de mejorar el entendimiento entre pueblos que no se conocían y que no pocas veces estaban llenos de prejuicios inculcados por dogmas desde muy diferentes razones y orígenes, y querían lograr esa comprensión mutua mediante la poesía: “Esta es una revista cuyas páginas están dedicadas a servir a la palabra y con las cuales se pretende crear la publicación que hace falta hoy día, cuando las relaciones entre los países de América son peores que nunca”, rezaba la presentación editorial de su primer número.

¿Quiénes son los autores de El Corno…? Además de Margaret Randall y Sergio Mondragón, sus gestores, publicaron muchos: Thelma Nava, Cid Korman, Miguel Grinberg, Julio Cortázar, Felipe Ehrenberg, Otto Raúl González, Homero Aridjis, Robert Nelly, Saúl Ibargoyen, Juan Bañuelos, Ernesto Mejía Sánchez, Edward Dorn, Ernesto Cardenal, José Lezama Lima, Laurette Sejourné, León Felipe, Raquel Jodorowsky, Edmundo Aray, Otto-René Castillo, Juan Calzadilla, Denise Levertov, Juan Sánchez Peláez, Allen Ginsberg, Rosario Castellanos, Hermann Hesse, Charles Bukowski, Mario Benedetti, Roberto Fernández Retamar, Efraín Huerta, Juan Liscano, Francisco Pérez Perdomo, Nicolás Guillén, Rafael Cadenas, Pablo Neruda, Jaime Augusto Shelley, Enrique Lihn, Thomas Merton, Heberto Padilla, André Breton, Circe Maia, William Carlos Williams, Manuel Scorza, Henry Miller, René Depestre, Carlos Oquendo Amat, Diane Wakoski, JOTAMARIO, Alejandra Pizarnik, Yannis Ritzos, Francisco Madariaga, Gary Snyder, Alberto Girri, Edgard Bayley, Roberto Juarroz, Carlos Martínez Rivas, Pablo Antonio Cuadra, Susan Sherman, Beltrán Morales, José Kozer, Michael McClure, José Coronel Urtecho, Antón Arrufat, Lawrence Ferlinghetti, Nicanor Parra, Robert Creeley, George Economou, Carlos Illescas, Hernán Lavín Cerda, Jerome Rothenberg, Gonzalo Rojas, Paul Blackburn, Walter Lowenfels, Cintio Vitier, Ezra Pound…

Una verdadera constelación, que siempre será incompleta, de creadores de diferentes orígenes y nacionalidades, formas de escritura o géneros literarios, orientaciones estéticas, opiniones políticas, filiaciones religiosas, concepciones cosmogónicas o filosóficas…

En la revista se adjuntan encartes para los poemas que requieren la forma apaisada, sobrias cubiertas tipográficas, y en su diseño interior se reproducen acuarelas o dibujos a línea, imágenes fotográficas manipuladas, y se manejan las tendencias del arte expresionista, del arte cinético y óptico, del pop art y del arte conceptual, junto a los anuncios de los patrocinadores; poetas y ensayistas escribían en español o en inglés y algunas veces se traducían, según el autor.

En su nómina de creadores puede comprobarse que hay norteamericanos educados en Europa que viven en América Latina, finlandeses que residen en Londres, la esposa de un embajador, un médico poeta, un salvadoreño químico…; latinoamericanos nacionalizados en algún país europeo o en los Estados Unidos que envían cartas y poemas a la revista; se mezclan judíos y negros, indígenas norteamericanos con sacerdotes católicos…

En sus páginas se recogen tzántzicos de Ecuador de la revista Pucuna, autores de El Techo de la Ballena, de Venezuela; los poetas de Eco Contemporáneo, de Miguel Grinberg; los de la revista Ventana, dirigida por José Coronel Urtecho; o los “nadaístas” colombianos con una carta de Gonzalo Arango; pueden leerse textos de desequilibrios y amores de cualquier preferencia, poesía concreta brasileña ―Haroldo Campos, Decio Pignatari, José Lino Grunewald, Augusto de Campos, Edgard Braga― o social y política ―el largo poema anónimo “Colombia macheteada”, vigente aún hoy―, la “poesía primitva” de los indígenas norteamericanos; selecciones de poetas de diferentes países ―Argentina, Uruguay, Cuba, Nicaragua, Perú, Ecuador, Venezuela, España, Canadá, Finlandia, Rusia, India, Australia, Argelia, Grecia…―, una muestra de la lírica de los pintores ―Henri Rousseau, Giorgio de Chirico, Paul Klee, Francis Picabia, Jean Arp, Salvador Dalí, Carlos Antonio Caso…―, cartas sobre la generación Beatnik, el budismo zen, manifiestos de rechazo al individualismo, un análisis de los primeros graffitis…: un calidoscopio de la pasión revolucionaria y el espíritu cosmopolita de los años 60.

Se publican en español célebres poemas de Allen Ginsberg ―especialmente el mítico “Aullido”―, se reproduce un texto completo del poeta norteamericano Robert Nelly, se traducen al inglés poemas de César Vallejo, Ernesto Cardenal realiza magistrales primeras traducciones de William Carlos Williams y Ezra Pound, se dan a conocer poetas de Guatemala o Canadá, de África, Asia y Oceanía, países y continentes de cuya literatura generalmente se conoce muy poco.

Desde París Julio Cortázar aseguraba: “Todo lo que he leído en El Corno… me parece de primera o, cuando no lo es, me interesa lo mismo por la novedad o porque se está intentando un cambio o buscando una salida”. Sin embargo, si bien al principio, por gestión de Randall y Mondragón se obtuvo alguna ayuda económica de José Gorostiza ―poeta mexicano que tenía un puesto en el gobierno―, o un apoyo cultural del reconocido Carlos Pellicer ―Premio Nacional de Literatura en 1964―, el financiamiento para publicar cada número de la revista se buscaba centavo a centavo de manera agónica, con mucho “trabajo voluntario” de colaboradores, una red de contactos que crecía y la pasión sin límites ante el compromiso de la próxima edición.

Tal angustia puede notarse en los reclamos de cada entrega para las suscripciones y la inestabilidad de los patrocinadores; en el número 15, de julio de 1965, los editores hablan en una nota de setenta artistas de diez países que se unieron para salvar la revista. A pesar de los excepcionales aportes a la cultura mundial y la extraordinaria acogida de exquisitos lectores interesados, estuvo a punto de colapsar por falta de financiamiento; solo lo evitaron el empeño y la voluntad de sus editores junto a la solidaridad de diversos creadores del planeta.

La publicación nació y crecía bajo la influencia de la revolución espiritual de los años 60, que en México se tradujo en una tradición renovada que todavía escuchaba los ecos de la primera revolución social de la modernidad, y por tanto, el país resultó un punto de encuentro de pensadores y ensayistas de diversas disciplinas de las ciencias sociales que estaban o estuvieron presentes: Malcolm Lowry, Antonin Artaud, Laurette Sejourné, D. J. Egerton, Paul Westheim, André Breton, León Trotski…; otros rebeldes irían llegando a un México de puertas abiertas a los revolucionarios de todo el mundo: los desplazados por la Guerra Civil Española o los que escaparon de los campos de concentración nazi, como el fotógrafo Walter Reuter.

En esos momentos el país azteca contaba con un fuerte sindicalismo activo y un pujante e inquieto movimiento estudiantil. Este filo revolucionario podía ser captado en la proyección de los editoriales de El Corno…; en el temprano número 3 de julio de 1962, se ratifican los principios de la revista: “Las respuestas que buscamos se nos ocultan tras la maquinaria, el dogma, los viejos odios y el funcionalismo de la sociedad […]. Estamos unidos por una fraternidad llamada arte”. Pero en el número 9, de enero de 1964, se anunciaba una “Nueva Era habitada por un Hombre Nuevo” y se argumentaba: “Una revolución espiritual que se compara históricamente con la revolución industrial […]. Un cambio humano que ya no se queda dentro de grupos, que ya no está limitado por dogmas políticos ni religiosos”.

En el próximo número de abril de ese año, la revista tenía en el reverso de cubierta una frase de Albert Camus: “Olvidad a todos los maestros, olvidad las ideologías caducas, los conceptos moribundos, las consignas vetustas con las que se quiere seguir alimentándoos. No os dejéis intimidar por ninguno de los chantajes, ya vengan de derecha o izquierda. Ahora se trata de crear un nuevo hombre en nuestro interior”.

El “Hombre Nuevo”, que comenzó a ser modelado por Ernesto Che Guevara con su ejemplo cotidiano, tuvo diversas versiones por estos años; una de ellas fue reseñada por la revista en el Primer Encuentro Americano de Poetas; allí se habló de “nueva era”, “reforma agraria del espíritu” y de “revolución espiritual”, pero en el documento final se fue más allá:
    Es importante decir que esta revolución es algo más que literaria: incluye la lucha de los negros estadounidenses por la igualdad de derechos, la lucha de los pueblos sometidos a centenarias cadenas coloniales por su libertad, la lucha de todos los pacifistas del mundo por una justicia social y el desarme, los nuevos descubrimientos en el área de la psicología y la lucha de los marxistas, católicos, estudiantes y seres humanos de diverso origen y edad frente a una sociedad cuyas presiones son más y más mecánicas y cuyas demandas, más y más deshumanizantes;
y concluía la declaración: “El hombre nuevo es todo aquel que se lanza a hacer su parte en la edificación de una realidad distinta a la actual”.

Con esta propuesta inicial de revolución espiritual proclamada para la palabra, se había llegado a la conclusión de que había que pasar a la acción: El Corno Emplumado se había convertido en una revista “subversiva”. La entonces llamada “poesía de compromiso”, de alguna manera reclamaba la transformación social, pero la publicación y sus editores se cuidaron y se desmarcaron de discursos de políticos y obra panfletaria que tarde o temprano, en la mayoría de los casos, acabaron en un dogmatismo o en una hipocresía de seudorevolucionarios, tal y como hacía el discurso de la oligarquía.

La periodista, escritora y traductora norteamericana Margaret Randall, invitada como parte del jurado al Premio Casa de las Américas 2011, ha declarado en una entrevista:
    Lo verdadero es a menudo censurado. A El Corno Emplumado la Unión Panamericana ―arma cultural de la OEA― trató de influenciar para que no publicáramos poemas de Cuba en el año 1966. La Unión había comprado 500 suscripciones y amenazó con cancelarlas si seguíamos publicando a los poetas cubanos. Seguimos publicándolos y de hecho [la Unión] canceló las suscripciones, lo cual significó un fuerte golpe económico para la revista.
Quizás a la publicación le fuera creciendo un expediente negativo en las fichas de la Secretaría de Gobernación de la República Mexicana. La gota que colmó la copa fue la denuncia de Randall y Mondragón a la sangrienta represión del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y especialmente de Luis Echeverría como su agente más visible, contra el movimiento popular estudiantil en 1968. A la revista le retiraron todos los apoyos institucionales y comenzaron a perseguir a los poetas y creadores que participaban en ella.

En el número 28, de octubre de 1968, se reproducían los reclamos de los estudiantes aparecidos en los muros de París durante la “Revolución de Mayo del 68” y un emblema que vendría a marcar el inicio del final de la publicación: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

Al año siguiente se oyó el canto del cisne de El Corno Emplumado, un empeño de fusión de culturas bajo la utopía revolucionaria de lograr un mejor ser humano: más espiritual y consecuente, más mezclado y universal, para alcanzar una sociedad más digna de la especie. La revista fue un sueño de auténtica “globalización” de la cultura, el sonido del jazz con la presencia del dios azteca, una primera posibilidad, una esperanza de que otros empeños menos inocentes lleguen para este tiempo.

Enero de 2011