julio 01, 2006

EXPLORAR EL ESPACIO INTERIOR

Para el intelectual, la ecología es espiritual: cuidar es entregarse
Foto: Alejandro Pagni

LA NACION (Buenos Aires) Domingo 17 de Abril de 2005

A boca de jarro: Miguel Grinberg

"El nuevo desafío es explorar el espacio interior"



En Petar, en el estado de San Pablo, Brasil, se esconden algunas de las cavernas más antiguas del mundo. Recorrerlas es una experiencia sobrecogedora. Al principio uno va amarrado por la cintura por pasadizos mal iluminados; después, no hay otra cosa que la luz de las linternas. El paisaje es extraño, tiene algo de escenografía de vieja película de terror, con estalactitas, abismos insondables, ríos y lagos subterráneos, en los que hay que avanzar con el agua hasta el pecho", explica Miguel Grinberg. "La travesía se va haciendo cada vez más lenta y difícil, pero el esfuerzo vale la pena. El objetivo es alcanzar los misteriosos salones de la gruta, donde el silencio es total y los techos son tan altos que no pueden alcanzarlos las luces de las linternas. Fue allí donde tuve una experiencia increíble; de pronto me sentí hermanado con los miles de años de historia que encerraba la caverna, era parte del cosmos. Supongo que algo así debe de ser la iluminación de los monjes zen o la sensación que sintieron los astronautas al flotar sin gravedad", agrega.
Grinberg es poeta y traductor de autores como Padma Sambava -introductor del budismo en el Tíbet-, Rumi, Meister Eckhart, Mahatma Gandhi y de su admirado Thomas Merton. Llevado nada menos que por Allen Ginsberg (al que conoció en Nueva York), fue profesor del Instituto Naropa, la universidad budista de Boulder, Colorado. Además es fundador de la revista Mutantia, creador de la holodinamia un tipo de meditación basada en sonidos y autor de un nuevo concepto: la ecología espiritual.
¿Qué es la ecología espiritual?
Durante años luché en las barricadas de la ecología. ¡El planeta está en peligro!, decíamos, y era cierto. Pero un día comencé a preguntarme: ¿y el hombre, qué? Porque en las barricadas no se hablaba del ser humano; sin embargo, somos nosotros los que debemos cuidar la naturaleza, porque formamos parte de ella. Pero cuidar algo significa amarlo y amar es entregarse. Y allí aparece el elemento espiritual.
Sigamos adelante.
Hace años, en el Museo de la Ciencia de Kenya, cuando trabajaba como consultor del Medio Ambiente para las Naciones Unidas, me pusieron en la mano la calavera de un hombre que había vivido hacía un millón de años. Entonces, sentí una corriente eléctrica que salía de esas cuencas vacías y corría por mi brazo hasta el rostro. Fue una experiencia fundamental, porque me hizo comprender que no somos entidades fijas, somos seres evolutivos y que en ese millón de años todos habíamos cambiado. Y aquí aparece un elemento todavía más profundo: lo trascendente. La creación del mundo es una creación en evolución y, para el hombre, el nuevo desafío es explorar el espacio interior.
¿Puede explicarlo más?
Tuve una intuición en el Instituto Di Tella, en 1965, cuando organicé el festival del Nuevo Cine Americano (New American Cinema). En la presentación hablé de la aurora de los psiconautas, y los realizadores americanos habían iniciado la exploración del espacio interior, pero lo hacían con ácido lisérgico. Me parecía que lo suyo era más una búsqueda de sensaciones psicodélicas que de un conocimiento profundo. Actualmente, la Tierra está totalmente explorada y están construyendo en el espacio una plataforma que permitirá investigar el cosmos sin tener que vencer la atracción terrestre. Pero en el plano de la búsqueda interior estamos muy atrasados. Padecemos un gran atraso en educación: tenemos que dejar de considerar al alumno un recipiente que hay que llenar con información y verlo más bien como una lámpara que tenemos que encender para que brille por sí misma.
¿Personajes que recuerde?
En primer lugar, un monje trapense, Thomas Merton, uno de los mayores pensadores y poetas cristianos del siglo XX. Lo descubrí en una revista mexicana que publicaba poemas de él traducidos por Ernesto Cardenal. Escribí pidiendo la dirección de Merton y Cardenal me la mandó. Así comenzamos una amistad epistolar que duró seis años, hasta su muerte, en 1968, por un accidente absurdo.
¿Qué pasó?
Murió electrocutado al intentar mover un ventilador. Fue en Bangkok, Tailandia, el 10 de diciembre, cuando asistía a un encuentro de monjes benedictinos y cistercienses de Asia. En esos días había tenido una larga charla con el Dalai Lama, un viejo sueño.
¿Llegó a conocerlo personalmente?
Sí, en 1964 decidí verlo y el abad de la orden autorizó mi visita al monasterio trapense de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, donde vivía. Nos encontramos una fría tarde de invierno, se puso el abrigo y salimos a caminar hasta un lago cercano, en el que nadaban los cisnes. Merton tenía poco que ver con la imagen pálida y solemne que tenemos de un místico. Era rollizo, de muy buen humor y risa fácil, y le gustaba tomar, de vez en cuando, una cerveza con sus amigos. Durante la gélida marcha descubrimos que teníamos un amigo común, el poeta beatnik Lawrence Ferlinghetti. Me confió que le gustaba mucho sacar fotografías y recorrer el bosque con su cámara buscando rincones mágicos. Además, le encantaba el cine, sobre todo el de Ingmar Bergman, y cuando tenía que ir al médico en Louisville, la ciudad cercana a la abadía, elegía el día en el que dieran algo del director sueco.
Luis Aubele
Danza cósmica
"Somos como pequeños planetas fuera de órbita. En colisión con otras realidades igualmente conflictivas. Sin embargo, hemos nacido para la plenitud, no para la insuficiencia. Somos originalmente participantes de una danza cósmica ilimitada. Pero no nos han educado para tal celebración."