mayo 02, 2006

LO SAGRADO COMO OBJETIVO


La vida humana no consiste apenas en lo que permiten experimentar nuestros cinco sentidos convencionales. Sin duda alguna, la visión, el oído, el olfato, el tacto y el gusto son recursos físicos para un desempeño directo y efectivo en el ámbito cotidiano, pero a medida que nuestra especie evolucionó surgieron otros parámetros de importancia equivalente. Más allá (y más acá) de lo sensorial está nuestro universo metafísico, trascendente o inmaterial, como se prefiera. A la par del cuerpo, la mente y el alma, están lo psíquico, lo espiritual y, claro está, también lo emocional. ¿Queda todo dicho? De ninguna manera, falta un componente crucial para nuestra epopeya planetaria: la vivencia de lo sagrado.

La etimología del término es inequívoca: concierne a las cosas divinas, a la religión, a los ritos y al culto. Equivale también a algo inviolable, purísimo, sacrosanto, venerable, profundamente respetable. Y más todavía: implica dedicación y ofrenda, y constituye algo que no se puede ofender, que es venerado y respetado, o que no se puede dejar de cumplir. El verbo consagrar da la magnitud de su compromiso. Y que en su versión más rudimentaria se aplica en el mundo de la farándula o el deporte, donde la capacidad humana de idolatría se expresa hoy con su máxima capacidad.

A determinada altura de la historia de las instituciones, la división de los asuntos sociales en sagrados y profanos, confinó lo primero en la privacidad del templo o la iglesia, y situó lo segundo en la vida pública o política.

Pero ocurre que ahora una creciente cantidad de personas se encuentra en estado de “emergencia” espiritual. Esta palabra se refiere a sensaciones emergentes, a algo que surge o nace en uno mismo, y no a un accidente que requiere atención urgente como cuando se llama a una ambulancia por un ataque cardíaco o a los bomberos por un incendio. Nada de eso: es algo que aparece de repente en la respiración, en los sentimientos, en el estado de ánimo. Por momentos es como un jinete a todo galope, en otros instantes parece una especie de mareo que nos aparta del mundo cotidiano que conocemos. ¿Se trata acaso de algo de lo cual debemos “curarnos”? ¿Es un trastorno de la mente que requiere una “terapia”? De ninguna manera. Es una señal de que en nosotros se está desplegando una faceta evolutiva. Un ser nuevo está naciendo en nuestra alma. Y eso nos toma por sorpresa porque no fuimos preparados para semejante descubrimiento. La especie humana está en una transición evolutiva.

La meditación es una mirada profunda que puede impulsar la percepción de lo sagrado sin que ello implique el sometimiento a un dogma. El maestro vietnamita Thich Nhat Hanh comenta: “Una vida es mucho. Hay que saber, pues, utilizar su tiempo a fin de poder tocar en profundidad esta realidad maravillosa que está en nosotros y a nuestro alrededor. Hemos sufrido mucho, pero no hemos tenido bastante tiempo para vivir, para mirar, para tocar la vida en profundidad, entonces es preciso cambiar. El consumo acapara todo nuestro tiempo. Entonces hay que reorganizar nuestra vida, crear una nueva civilización más espiritual. Es preciso ir contra la corriente actual. Es preciso dar a nuestros niños una nueva oportunidad, una nueva forma de vida, una nueva espiritualidad.”

Es preciso aprender a convivir con lo sagrado. Asumirlo como un atributo natural de nuestra esencia, como una danza suprema que se ofrece a nuestro paso y a cada instante. Algo así como una ceremonia de bodas con el universo. Tenue y sin reservas.

Miguel Grinberg