BARCELONA AL DÍA
LA propuesta que se hará en este artículo es algo esquinada, tal vez imprudente pero no irreflexiva, sino todo lo contrario, pues es fruto de la reflexión que resulta de haberme mantenido alejado de Barcelona durante toda esta campaña electoral de la que se viven sus últimos instantes, esos que hay que dedicar precisamente a la reflexión y al gesto de votar. Mi propuesta es, directamente, huir de las campañas electorales, alejarse, dedicar ese tiempo a la meditación, a divertirse, a cultivarse («culturizarse», si prefiere el votante), a buscar trabajo en las Chimbambas o a hacer turismo..., cualquier cosa antes que emplear un interminable mes a escuchar a políticos en campaña.
Y una vez hecho el turismo, la meditación, una miaja de cultura o nuevas amistades en otras tierras, vuelve uno justo el día de la reflexión o el voto a su lugar, y con la cabeza fresca y llena de otras cosas cumple con eso que es su derecho y tal vez también su deber.
Puesto que me he perdido todos los discursos, todas las promesas, los debates y enfrentamientos entre los políticos en campaña (que eran todos, los presentables y los impresentables; quiero decir los que se presentaban en las listas y los que intentaban ayudar desde arriba, dado su escalafón en el partido), el voto que deposite en la urna no estará en modo alguno contaminado por ella (por la campaña, no por la urna, se entiende) y será, por lo tanto, un voto ingenuo y desinteresado, pues no sé lo que me han prometido y no me van a dar luego. De ese modo, la frustración siempre es más complicada.
Pero, ¿existe alguna diferencia real entre un voto contaminado por la campaña y otro que no lo esté?... Pues, a efectos contables, ninguna, claro, pero el segundo te proporciona una sensación más placentera, pues lo das, ya de inmediato, por rentabilizado: sirva o no sirva para los propósitos con los que se introduce en la urna, al menos no has tenido que invertir en él (para elegir tu opción de voto) ni horas de tabarra ni esa sensación que luego enseguida se cristaliza en un «¿por qué voté yo a estos?»...
Y la respuesta a esta dolorosa pregunta, «¿por qué voté yo a estos?» es muy fácil y consoladora en el caso que se propone: «pues, precisamente por eso, por no haber seguido la campaña». Porque estarán conmigo en que siempre es mucho mejor para nuestra autoestima hacer el canelo por no seguir la campaña que por seguirla. Personalmente, ya no estoy dispuesto a arrepentirme de mi voto por abrir la boca y tragar emparedados de promesas.
El único resquemor ante este transgresor gesto de taparse los oídos, o la boca, en campaña es, quizá, la idea de que uno no cumple como debiera con sus funciones de ciudadano. O sea, que se va sin atender nada ni a nadie, sin enterarse de los problemas y de las soluciones, y luego vuelve para votar en frío. Mi recomendación a este respecto es que no hay que dejarse engañar con esos argumentos: El día en que un político detecte un problema y lo asuma como suyo, dejará de ser político. Un político al cien por cien no ve problemas, ve soluciones. Los problemas llegan luego.