abril 08, 2007

Vandalismo: la nueva ideología argentina


Ataque contra Un día muy particular

Hordas. Hordas uniformadas con gases lacrimógenos asesinos; hordas de encapuchados con garrotes que rompen o incendian a su paso; hordas de ambientalistas que cortan rutas y puentes internacionales; hordas de delincuentes que roban y matan sin piedad.

Las calles argentinas hace rato que se han canibalizado, sea por el crimen organizado que hace correr la droga o que producen "a la carta" oleadas extrañas de muy puntuales tipos de delito, y por los nuevos agentes sociales que se apropiaron de la protesta callejera y acampan en medio de una avenida cada vez que se les ocurre.

Grupos de choque compactos o dispersos producen imparables actos de vandalismo en las ciudades ante la anomia de la ley y de una autoridad que se repliega o que cuando avanza, como en Neuquén, mata. Plazas y edificios públicos enrejados; servicios de seguridad parapetados en sus garitas; adolescentes que andan por la noche alcoholizados; la TV convertida en una cloaca provocadora y vociferante; energúmenos que desde la función pública crispan los nervios, reavivan viejas discordias y esconden la mano después de tirar la piedra.

En ese contexto tan desolador, ¿hay todavía algún ingenuo que piense que el teatro, tan amado y frecuentado por los porteños, podía seguir intacto y a buen resguardo de la putrefacción que lo circunda?

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Fue cronológica e ideológicamente hace tanto que destruyeron el teatro Argentino en 1973, para impedir el estreno de Jesucristo Superstar, o que otro artefacto explosivo, en 1975, procuró amedrentar a Nacha Guevara y terminó matando a dos personas en el teatro Estrellas o que sendos incendios, en 1982, redujeron a cenizas al teatro El Nacional, por la revista Sexcitante , y al teatro del Picadero, por el inolvidable ciclo de Teatro Abierto, que ya creíamos que las salas se habían convertido realmente en templos inviolables donde los espectadores seguiríamos encontrando esparcimiento, remanso o reflexión sin ser perturbados y los actores podrían expresar para siempre su arte sin temor, por más osados que fueran, sin ser amenazados, vituperados, procesados o agredidos psicológica o físicamente. ¡Parecían tan lejanos e irrepetibles los disturbios, ya en la democracia naciente de 1984, contra la presentación de Dario Fo en el Teatro San Martín!

Y sin embargo, en la noche del último jueves, lo irracional volvió a dañar, después de tanto tiempo, a una sala. En un día raro, triste y peligroso, en el que la provincia de Neuquén estaba en llamas y Quebracho hacía su periódico desmán, manos anónimas desprogramaban una consola en el teatro Lorange, defecaban allí mismo y se llevaban el CD y el back-up correspondiente a los audios que se escuchan en la obra Un día muy particular (ver crítica aparte) recién estrenada.

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Inmediatamente de conocido este grave hecho, se expresaron dos conjeturas irreductibles y contrapuestas: una es la del dueño de la sala, Carlos Rottemberg, que descarta una connotación política del asunto y lo atribuye a rateros comunes y otra, la expresada por el gremio actoral y los propios protagonistas de la obra que, sin dudar, asignan la autoría del cobarde atentado a sectores molestos por lo que la obra reivindica: el derecho de todo ser humano a ser respetado en sus diferencias sin imposiciones autoritarias.

La argumentación de Rottemberg se debilita cuando se comprueba que los autores del hecho no robaron nada de valor -la consola de sonido que no se llevaron cuesta unos cuantos miles de dólares- y se fortalece cuando refiere que este tipo de vandalismo es una lacra que suelen padecer los empresarios teatrales y que lo mismo le sucedió en más de una ocasión.

Sin la mínima duda, desde el otro rincón, la Asociación Argentina de Actores convocó anteanoche a una conferencia de prensa en el camarín de los protagonistas, a la que asistieron políticos, Madres de Plaza de Mayo y figuras del espectáculo para repudiar el atentado, aferrada a la idea de que "el robo de la banda de sonido y la destrucción de elementos de trabajo de la obra de teatro Un día muy particular pasa a integrar la larga lista de intimidaciones por parte de los que no se resignan a vivir en democracia, nostálgicos del terrorismo de Estado".

La argumentación de la AAA se debilita al no conocerse hasta el momento reivindicación alguna del hecho por parte de ningún grupo u organización determinada y se fortalece en la propia impunidad del acto (los agresores pudieron sortear la cortina metálica baja sin violentarla que hay en el ingreso de la galería, en cuyos fondos funciona el Lorange). Por otra parte, y salvando las distancias, el hecho de que nadie haya reivindicado el secuestro y desaparición de Julio López no quita el serio cariz político que envuelve a ese doloroso enigma.

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Resulta torpe aferrarse a una de las dos opciones, principalmente porque hayan sido unos u otros -también los malpensados podrían agregar como posibilidad un burdo ardid tramado para fortalecer la publicidad de la obra en sus pasos iniciales o un plan de desestabilización general en el que lo del Lorange sería apenas una minúscula parte-, arroja el mismo síntoma de descomposición: un teatro fue agredido, sea por malestar ideológico de alguien o por la actuación de una bandita descerebrada que sólo pretendió divertirse haciendo maldades. La falta de contención social y de incentivos para el progreso y la ausencia de valores morales y de castigos efectivos para quienes pasan por la vida desaprensivamente arman un nuevo tipo de terrorista no ilustrado y lumpen, que puede cometer este tipo de desmanes en nombre de su propio abismo interior.

Una rápida recorrida por la galería muy venida a menos que contiene al Lorange muestra un paisaje decadente, transitado por personajes extraños, donde alternan negocios cerrados, un sex shop , varios locales de tatuajes y otros tantos para fans de historietas donde sobresalen pesadillescos muñecos corpóreos de Alien, Chucky y el avejentado Drácula de la versión de Francis Ford Coppola.

¿Quién atentó contra Un día muy particular?: ¿fachos, mano de obra desocupada, alguna nueva tribu urbana sedienta de emociones toscas, acaso algún personaje de historieta oscura que mágicamente se corporizó?

Lo mismo da: un nuevo hecho grave ha ocurrido y provenga de donde proviniere expresa que las aguas fétidas de la descomposición también han comenzado a lamer nuestras butacas.

Por Pablo Sirvén

psirven@lanacion.com.ar

LA NACIÓN - 8 Abril 2007