Entrevista a Miguel Grinberg / Escritor
La voz del Interior - Córdoba, domingo 6 de julio, 2008
A los 71 años, el poeta, editor, crítico de cine y animador de la música progresiva defiende uno de los lemas de la década de 1960: expandir la conciencia. Acaba de publicar una nueva edición de “Cómo vino la mano”, un clásico de la literatura del rock argentino.
Santiago Giordano
De nuestra Redacción
sgiordano@lavozdelinterior.com.ar
Cuando apareció la primera edición de Cómo vino la mano, en 1977, el rock argentino era todavía el genuino producto de inquietudes y fervores creativos. Una concreta forma de contracultura que desde los subterráneos polemizaba con esa poco inocente mezcla de temor y desprecio con la que las sociedades suelen manifestar lo que ignoran. La Argentina era un país superado por el terror, y esa música joven proponía una alternativa, un movimiento, propias razones.
Pasaron los años, encandilado por la masividad el rock fue domesticando su inconformismo, y el libro de Miguel Grinberg tuvo nuevas ediciones que lo convirtieron en un clásico, la piedra basal de la literatura de la música progresiva en la Argentina.
Gourmet Musical Ediciones publicó ahora la cuarta edición de una obra que multiplica su valor a medida que lo que llamamos rock se aleja de esos orígenes. “No es que pretenda pasarme los años venideros trabajando sobre ese libro –explica Grinberg en diálogo con La Voz del Interior. Cuando consigné el prólogo de esta última edición sentí que era una versión definitiva, en función de lo que ese libro quiso ser siempre: una exposición de lo que sucedió en el rock argentino”.
Poeta, escritor, periodista, editor, crítico musical y cinematográfico, a los 71 años la personalidad de Grinberg se define en las diversas formas de difusión de un pensamiento alternativo, que desde la música y la poesía se extiende a los movimientos ecologistas. Creó y dirigió revistas como Eco Contemporáneo, Contracultura, Mutantia; publicó libros como La generación de la paz, Ecofalacias y Generación V, entre otros, y escribió artículos en numerosos diarios y revistas, entre ellos La Opinión y Cantarock.
Incansable, actualmente proyecta una edición con fotos propias de las primeras épocas del rock y distintas recopilaciones de sus artículos.
La primera edición de Cómo vino la mano se llamó La música progresiva argentina, y en la medida en que el término “progresivo” cayó en desuso, superado por el de rock, Cómo vino la mano, que era el subtítulo, pasó a ser el título. “Cada edición tuvo su particularidad y un prólogo distinto –destaca el autor. En la primera edición, por razones de espacio, me quedaron afuera las entrevistas a Claudio Gabis y Gustavo Santaolalla, que después incorporé en la segunda. En la tercera agregué algunas fotos de mi álbum personal y en la cuarta sumo entrevistas actuales a Miguel Cantilo y Rodolfo García y más fotos”.
Así, esta edición incluye diálogos con los protagonistas de los inicios (Moris, Litto Nebbia, Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Santaolalla, Gabis, Cantilo y García), además del productor y editor Jorge Álvarez y el poeta y periodista Pipo Lernoud. También hay manifiestos de Spinetta, Gabis y Pablo Dacal, y artículos periodísticos de aquella época, escritos por el mismo Grinberg en sus columnas en las revistas La bella gente y Prensario.
Un dato que refleja lo que era el rock en sus albores es lo frontal y genuino de gran parte de las declaraciones que los protagonistas vuelcan en el libro. “Ellos no tenían experiencia de dar entrevistas –explica Grinberg– y muchos hoy abordarían esas preguntas con otro criterio, con más prudencia. En las sucesivas reediciones recibí sugerencias de algunos de ellos para suprimir ciertos conceptos o comentarios, que expresados en caliente no debían estar ahí. Me resistí a hacerlo, perdería sentido”.
–Algunos de los que hablan en el libro manifiestan el fervor del que inventa el mundo. Otros, como Spinetta, alertan contra el peligro de copiar lo que ya existe en otros lados...
–En la medida en que éramos los primeros, no había qué copiar. La riqueza de los tiempos inaugurales del rock en la Argentina la marcó la diversidad. Había diferenciación, no tanto sobre los rigores poéticos o sobre estructuras, sino entre lo acústico y lo eléctrico. El rock es por naturaleza eléctrico, pero cuando aparecieron entre 1972 y 1973 tipos como Raúl Porchetto, Pedro y Pablo, León Gieco, y con aquel famoso acusticazo en el Teatro Atlantic, se bifurcaron los parámetros de expresión. Variaba el envase, pero no el contenido, y eso se superó con Sui Generis, que comenzó como un dúo acústico y terminó como una banda rockera.
En todas partes
–Cuando te acercaste al rock venías de otras experiencias y superabas en edad a los primeros músicos. ¿Cómo te miraban?
–Mi proximidad con los albores del rock en la Argentina se dieron por mi labor cotidiana de periodista, y también porque yo ya venía desde la década anterior metido hasta las narices con la contracultura y sentí que el rock podía formar parte de eso. Editaba una revista de vanguardia, Eco contemporáneo, me escribía regularmente con Allen Ginsberg y otros poetas de la Beat Generation y había tenido la experiencia de vivir en Estados Unidos cuando nacieron los hippies, surgió el movimiento contra la guerra de Vietnam y llegaron Los Beatles. En 1965, cuando Los Gatos Salvajes llegaban de Rosario a Buenos Aires para actuar en Escala Musical, yo estaba organizando en el Instituto Di Tella la muestra New American Cinema, con la videoteca de New York.
–¿Cuál era el bagaje cultural del rockero medio de esa época?
–Los chicos de la década de 1960 tenían las mismas limitaciones que tenía yo como chico de la de 1950. La escuela nos vendía como cultura a los clásicos españoles y los autores rurales argentinos, que nada tenían que ver con la cosa metropolitana que ya estaba consolidada. Había que salir a descubrir cosas en la calle, fuera de la educación formal. Descubrí a Roberto Arlt y ese retumbo me llevó a buscar en las revistas literarias, el grupo Poesía Buenos Aires, Florida y Boedo. Así entré en contacto con una cultura argentina que no estaba en la escuela. Buenos Aires ofrecía referencias culturales y tesoros escondidos. Me encontré con Raúl González Tuñón, fui amigo de Witold Gombrowicz, leí a los poetas surrealistas que traducía Aldo Pellegrini, que tenía la librería Del Dragón, en Suipacha al 900, donde se lo podía encontrar; o en la librería Galatea, de Viamonte, donde se reunían además Edgar Bayley, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Alberto Girri. Mientras, muchos músicos de acá descubrían a Rimbaud, a Artaud.
–¿Ese espíritu en el rock murió cuando pasó de la contracultura a la cultura oficial?
–En nombre del rock hoy se cometen atentados que no tienen que ver con su esencia; pero eso le pasa a todos los géneros populares. Aparecen los émulos, pero no volverá a haber un Spinetta, ni un Charly García, simplemente porque fueron momentos particulares. La música no es sólo el ímpetu de un artista que resuelve expresarse con un género; eso se empalma con un momento histórico y se nutre de las condiciones sociopolíticas y económicas de su lugar. Yo mantengo una postura crítica en relación a lo que hoy se hace en nombre del rock y una manera de diferenciar es la de usar el concepto de “rock argentino”, porque “rock nacional” es una etiqueta de la industria discográfica, bajo la cual aparecen cosas muy diversas. Hoy en día es más difícil encontrar esas referencias que había en 1960 o 1970. En los shoppings no se consiguen.
"Siempre encontré diversos estímulos para seguir del lado de la contracultura", enfatiza Miguel Grinberg, y describe el rumbo personal al que se ha mantenido fiel: "La década de 1950 fue de nutrición y mi bandera era la poesía. La Beat Generation, Ginsberg, Kerouac, los Angry Young Men (Jóvenes iracundos), de Inglaterra encabezados por el ensayista Collin Wilson y un dramaturgo como John Osborne. En los ’60, con Eco Contemporáneo, me embarqué en un movimiento llamado Nueva Solidaridad, organizamos un encuentro de poetas en México, apoyados por escritores desde Henry Miller hasta Julio Cortázar".
"Me sentía integrado a una línea, lateral pero profunda –recuerda Grinberg–". Y agrega: "Cuando apareció el rock busqué legitimizarlo en la cultura nacional, entre otras cosas con el primer programa de rock en una radio oficial, El son progresivo, por Radio Municipal de Buenos Aires. A fines de los ’70 creamos la Red Nacional de Acción Ecologista. No me aparté del rock y la poesía, pero puse las pilas en eso, igual que en los ’80".
Miguel Grinberg ocupó las "barricadas verdes" que denunciaban las centrales nucleares, los plaguicidas y los aditivos sintéticos en la alimentación. Recuerda que a instancias de Allen Ginsberg se inició en la meditación tibetana. "No bastaba la protesta: si algo está pudriéndose en el entorno, es porque venía mal parido en lo interno. Entonces me aboqué a la confluencia de lo que era la conciencia evolutiva del ser humano, la lucha por una sociedad sana, limpia y ecológicamente justa. Generé un estilo de meditación que llamé holodinamia, que fui engrosando con ideas propias, incorporando el uso de sonido y algunas experiencias audiovisuales".
"Lo mío sigue siendo la consigna de los ’60: la expansión de la conciencia, dentro de un proceso evolutivo", enfatiza Grinberg. Y señala: "Somos una minoría, pero alguna vez eso formará una masa crítica que determinará algunas modificaciones en este mundo materialista, que exacerba la satisfacción tangible de bienes de consumo, que ha descuidado el alma. No es que quiera estar a tono con las minorías; mi naturaleza es contracultural porque considero que no hay otra manera de vivir".